La puta semana santa de los cojones. Un alarde de ranciedad y apología del sacrificio, la tortura y las creencias delirantes de siglos pasados. Una caterva de mamarrachos disfrazados de penitentes, que se lo creen y disfrutan exhibiendo su dolor y sus heridas. Un grupo muy numeroso de retrógrados descerebrados, celebrados por buena parte de la ciudadanía.
Lo peor del pasado, condensado en celebraciones antiestéticas, molestas y dañinas. Y una manifestación turística y folclórica de raíces pecuniarias y de defensa de la desigualdad, la resignación y la injusticia social. El vómito es la única alternativa, esperando que salpique a esa recua de cristianos de mierda, porque no hay solución alguna para este despropósito espantoso.
Las procesiones, sus tambores, sus capirotes, sus coches de policía custodiándolas en vez de disolverlas, su inclusión de niños adoctrinados, su reivindicación de la miseria y de la atrocidad, son uno de los rasgos de la humanidad que más asco debería dar a los humanos.