Los fachas creen que los mensajes progresistas contenidos en
algunos productos culturales son fruto de una conspiración mundial para
convencer a la población de las bondades del feminismo, la ecología y la
interculturalidad. Le llaman ingeniería social manipulativa.
Esa consigna ultraconservadora ha calado en ciertos sectores
que antaño fueron progresistas y ahora se dejan embelesar por el mensaje
supuestamente antisistema de los que quieren seguir manejando el cotarro. Así
se explica la deriva de ciertos gurús culturales, pretendidamente rebeldes, que
hoy forman parte del ejército comunicativo de la caterva reaccionaria.
Las películas, los libros, los espectáculos, la publicidad,
la geoestrategia y las directrices de la ONU que defienden los derechos humanos
y su aplicación, o la defensa de la naturaleza ante su modificación por parte
de la rapiña energética, son considerados como un enemigo a batir por ese nuevo/viejo
conglomerado de élites perpetuas.
Les revuelve el estómago que aparezcan romances
homosexuales, empoderamiento femenino, negros protagonistas, roles no
tradicionales, lucha de clases o refutaciones de sus religiones, en las
producciones artísticas valoradas y financiadas por mentes racionales o contrarias
a la tradición ablacionista y lobotomizadora.
Hablan de injerencia de ideas avanzadas en sus feudos
tradicionales de consumo mass media,
en sus informativos, en sus libros de texto, en sus campañas políticas. Las
herramientas de difusión que siempre habían transportado su veneno, ahora
llevan también algunos recados basados en principios éticos.
Ellos, que tradicionalmente han practicado su ingeniería
social manipulativa a gran escala, para mantener sus privilegios sin tener en cuenta ni la libertad ni la igualdad ni la conservación del
planeta, ahora que hay algunos progresistas privilegiados que pueden lanzar sus
mensajes positivos al mundo, acusan al pujante nuevo paradigma de suplantar sus
escleróticas prácticas.
Lo que sucede es que existe el progreso y no hay nada que
pueda pararlo. Lo que sucede es que el método científico se abre paso y barre
poco a poco la superstición y la matraca de que no puede cambiarse nada. Lo que
sucede es que la verdad tiene forma y es la de la geometría, la de la lógica,
la de la humanidad pujante que no va a dejar que haya una marcha atrás en la
conquista de derechos y libertades.
Lo que los fachas llaman ingeniería social manipulativa y
corriente woke no es más que el
estertor agonizante de la ideología del pasado. El tiempo barrerá su concepción
injusta, y las nuevas generaciones crecerán armadas con los argumentos
heredados de lo mejor de la filosofía clásica y de la ciencia contemporánea.
Es decir, lo único que tenemos para preservar nuestra especie
y el mundo que habitamos: el humanismo contra la deshumanización, la reacción,
la fuerza de la costumbre, la ley del más fuerte y la imposición de las ideas
de los que creen que van a decidir siempre mantener las cosas como están, para
beneficiar a unos pocos.
Que rabien, que muestren sus fauces con espuma de odio. Que
se contorsionen con dolor asistiendo al nuevo espectáculo de carteles gigantes
mostrando la nueva era sin fronteras, sin represión y sin sus paradigmas
podridos de cerebros oprimidos. Es el tiempo de la naturaleza habitada por
humanos concienciados en valores positivos y horizontales. Es el fin de las pirámides, de la espeleología
cerebral y del pisoteo de la espontaneidad. El amor contra el odio, la
generosidad contra el egoísmo, la república del conocimiento, el florecimiento
del arte, la preocupación por lo sencillo, la investigación de la utopía.
Derrotistas empadronados en los sistemas condenados a
desaparecer: los que creemos en el motor de la máquina de trituración de
residuos somos la mayoría, somos la vida, somos el puño cerrado que germina
como flores primaverales que acabarán con la lacra de vuestros vómitos de odio.
Nuestra ingeniería es el aliento del universo, nuestra sociedad es la del optimismo,
nuestra manipulación es la que se abre paso sin remedio para contrarrestar
tantos siglos de rencor.